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Sembrar vida, tejer el futuro: las mujeres de las comunidades nativas de Ayacucho

Sembrar vida, tejer el futuro: las mujeres de las comunidades nativas de Ayacucho
Por José Ramos López, antropólogo del Centro Loyola Ayacucho.

Si las comunidades nativas de Ayacucho constituyen una realidad poco presente en la dinámica regional, resulta aún más desapercibido la importancia de las mujeres que soportan los impactos de las transformaciones económicas en las comunidades nativas. La montaña de Ayacucho ha sido uno de los territorios que ha generado una economía fluída desde la Colonia con los cultivos de hoja de coca, caña de azucar, café y cacao. El centenario de la batalla de Ayacucho generó nuevas miradas de colonización de la montaña de Ayacucho como una oportunidad económica de desarrollo para la región. Sin embargo, la colonización de la Amazonía alta tuvo impactos muy graves de corte etnocida a las poblaciones originarias como los asháninka y matsigenka, asentados en la cuenca del río Apurímac. Posteriormente, después de la reforma agraria, población quechua desarrolló una agricultura de corte monocultivo de manera intensificada, ampliando las fronteras agrícolas y generando mayor deforestación. Sumado a ello, el conflicto armado interno desapareció a muchos pueblos asháninkas y matsigenkas, quienes fueron sometidos a regímenes de cautiverio por Sendero Luminoso.

A pesar de la sumatoria de violencias históricas, en Ayacucho han resistido 07 comunidades nativas siendo 03 asháninkas en la provincia de Huanta y 03 matsigenkas en la provincia de La Mar. La población aproximada de las comunidades nativas oscila entre las 250 personas, de las que más del 50% lo constituye la población femenina. Las mujeres están atravesadas no solamente por los mandatos de género y prohibiciones sino también por nuevas violencias asociadas a economías ilegales, violencia sexual y explotación laboral. Las posibilidades del acceso a educación son limitadas debido a los riesgos que enfrentan en el proceso de su formación como el embarazo prematuro, sobrecarga de labores de cuidado y prácticas de alianzas matrimoniales a temprana edad. Además, las mujeres son quienes encarnan la cultura en su corporalidad y su preservación como la lengua originaria. A diferencia de los hombres, quienes tienen mayores competencias linguísticas en español, las mujeres enfrentan dificultades en el acceso a espacios participativos. Además, las tasas de desnutrición, anemia, alta mortandad infantil dificultan el desarrollo pleno de sus capacidades.

Sin embargo, son las mujeres asháninkas y matisgenkas que siembran el amor por la cultura a través de tejidos complejos de relaciones entre humanos y espíritus del bosque. Son quienes pautan la vida del futuro en clave de desafío, la defensa y el respeto por el bosque sin marginar su presencia en los trabajos de cuidado, provisión de alimentos y liderar acciones de defensa de sus derechos colectivos. El hecho de identificarse como defensora ambiental perteneciente al pueblo amazónico brinda sus apuestas humanitarias de habitar el territorio de sus ancestros manteniendo sus costumbres ancestrales, y liderando actividades económicas sostenibles como la artesanía. Su sabiduría y resiliencia frente a los cambios sociales muestra su ejercicio de derecho desde su feminidad indígena en concordancia con su cosmovisión amazónica. Es importante visualizarlas como guardianas de la memoria y cultura milenaria vigente en Ayacucho. Más aún, en el bicentenario debe interpelarnos en el lugar que ocupa la mujer y la Amazonía ayacuchana y cómo puede convertirse en elementos que suman la diversidad y la herencia milenaria de los pueblos originarios.

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