Memoria y derechos humanos en el bicentenario.
Por Marisol Pérez Tello, Política y abogada peruana.
Pensar en la memoria nos obliga a detenernos, darnos un respiro en medio del tiempo que se escapa sin remedio, detenernos para sentir cómo nos marcó el pasado y proyectar el futuro que queremos.
También debería obligarnos a pensar sí hemos sido capaces de construir nuestra memoria colectiva, sobre la base de la realidad, independientemente de que nos guste o no.
Lo más importante es respetar lo que en realidad sucedió, para que podamos juzgar sobre la base de eso que pasó, qué queremos que suceda en adelante.
La memoria es la base sobre la que construimos el presente y el porvenir; está ahí, queramos verla o no. Es como una estructura que, aunque invisible, sostiene nuestras ideas, creencias y valores. Fuerte o frágil, siempre está ahí, y sobre ella solo podemos construir con solidez si atendemos las heridas que aún persisten y que duelen y duelen más frente a la indiferencia.
En muchos casos, la construcción de la memoria colectiva se lleva a cabo sin reparar en las grietas que deja un pasado doloroso, como si ignorarlas fuera suficiente para que desaparezcan. Y, sin embargo, tan pronto como intentamos levantar algo nuevo, esas grietas se vuelven visibles, recordándonos que aún hay historias no contadas y verdades silenciadas.
Este es el dilema de la memoria en el Perú: nos debatimos entre recordar para sanar o silenciar para no enfrentarnos a las heridas. Pero el olvido no es curativo; es, al contrario, como si nos perforara el alma generando una deuda que se agrava con el paso del tiempo.
En este dilema no hay nada más duro y vergonzoso que pretender escribir una historia diferente sobre la base del poder, sobre la base de una posición de dominio, finalmente la verdad encontrará su propio camino, pero entretanto muchas historias se borrarán y la frustración de quienes sienten que se cambian los hechos con poder o dinero ahonda la distancia y aumenta el dolor.
Cuando hablamos de memoria y derechos humanos, surgen pasajes oscuros de nuestra historia. En el Perú, hay eventos dolorosos que, aunque comenzaron hace décadas, aún se sienten en el presente. Un ejemplo claro es la violencia y la exclusión que enfrentan los pueblos indígenas y algunos miembros de comunidades de la Amazonía, entre ellos las personas llamadas “masas,” quienes fueron secuestrados por el grupo terrorista Sendero Luminoso y, décadas después, aún viven en condiciones de cautiverio en el VRAEM. Este caso refleja la falta de visibilidad que tienen los pueblos en nuestra sociedad y, en última instancia, la ausencia de justicia para quienes fueron víctimas de violencia sistemática.
El conflicto armado interno y la Ley de Búsqueda de Desaparecidos
El conflicto armado interno que se vivió en Perú entre las décadas de 1980 y 1990 es otro capítulo profundamente doloroso, tanto que ni siquiera somos capaces de llamarlo por su nombre y hacemos un debate que no existe y que es político, pero tiene implicancias jurídicas. Porque conflicto armado interno es como se denomina en el derecho internacional, decirle de otro modo puede terminar generando impunidad.
Durante estos años, Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) desataron una ola de terror que afectó principalmente a las zonas rurales. El Estado respondió a esta amenaza con estrategias de represión, pero no siempre en el marco del respeto a los derechos humanos.
A lo largo de esos años, agentes del Estado, quienes debían proteger a los ciudadanos, en algunos casos también abusaron de su poder, vulnerando los derechos de aquellos a quienes debían defender. Aceptar esta realidad ha sido doloroso para muchas personas, pues implica reconocer que algunos miembros de las fuerzas del orden usaron el poder que se les otorgó para dañar a los ciudadanos, violando los derechos humanos de quienes esperaban ser protegidos. Este reconocimiento, sin embargo, no es una acusación generalizada ni implica deshonrar la memoria de quienes sí cumplieron con su deber. Al contrario, reconocer estos abusos es una forma de honrar a quienes verdaderamente sacrificaron su vida por el país y de recordar que las instituciones deben actuar en favor del bien común y la justicia, con honor y con gloria.
Ante este escenario, uno de los avances más significativos ha sido la creación de la Ley de Búsqueda de Personas Desaparecidas en 2016, gracias a la lucha de los familiares de las víctimas. Esta ley representó un cambio fundamental en el enfoque estatal sobre los desaparecidos, estableciendo que la búsqueda debía realizarse desde un enfoque humanitario y ya no solo en el marco de una investigación fiscal, reconociendo el derecho de las familias a recuperar los cuerpos de sus seres queridos y a cerrar un ciclo de duelo.
Como parte de quienes vivimos la aprobación de la ley, creía entonces y creo ahora que el movimiento generado para impulsar esa norma llamado #Reune en el fondo encarnaba la humanidad que hay en esa memoria que nos negamos a recordar.
La necesidad de recordar y honrar a quienes fueron víctimas del conflicto es un acto de justicia y dignidad.
Para hacer efectiva esta ley, se creó la Dirección de Búsqueda de Personas Desaparecidas en el Ministerio de Justicia y Derechos humanos, un organismo que se dedica exclusivamente a localizar e identificar los restos de quienes fueron víctimas.
Este es un logro histórico en el proceso de memoria y reconciliación del Perú, y ha permitido que muchas familias puedan recuperar a sus seres queridos después de décadas de incertidumbre. Reafirmo que las vidas se truncan a partir de un desaparecido. El luto nunca termina, la muerte nunca se llora completamente.
La Dirección de Búsqueda es el esfuerzo del Estado por responder a este luto inconcluso y es una muestra de respeto hacia las víctimas y sus familias.
Sin duda también fue importante abrir el registro de víctimas y hacer una campaña para explicarles a la policía y a las Fuerzas Armadas la importancia de difundir entre los miembros de la familia policial y militar la necesidad de ser reconocidos como víctimas en el marco de una ley que excluye de toda posibilidad ser tratado o reconocido como víctima a cualquier procesado o sentenciado por terrorismo, como no podía ser de otra forma.
Quienes hemos acompañado los procesos de memoria en el Perú entendemos que las víctimas han unido a sus familiares, encontramos civiles, militares y policías cuyas familias han trabajado y trabajan por la memoria en el Perú. Es verdad que también hay mucha indiferencia de parte de la sociedad y podría ser porque no estamos en capacidad de administrar tanto dolor.
Uno de los temas más duros, pero al mismo tiempo más sanadores para mí, ha sido la restitución de cuerpos, he podido acompañar varias restituciones.
Accomarca, la última de ellas, fue particularmente simbólica para mí porque después de tantos años los deudos se había convertido también en parte de mi familia y verlos y acompañarlos a recibir el cuerpo de su hijo, de su hermano, de su tío que por tantos años buscaron fue muy valioso y conmovedor.
Juntos hicimos un lugar de memoria para recordarlos, acompañarlos en ese momento fue muy especial.
Soras, es otro caso que me marco. Había logrado permanecer oculto por tantos años como caso y logramos hacerlo público, gracias al valor y la perseverancia de los familiares, gracias a ellos, la cúpula de sendero permanece en prisión, un pueblo en el que sendero mató a 117 personas a machetazos y a pedradas.
Cayara, también es muy importante para mí, pude acompañar la procesión de la Virgen después de 36 años cuando por fin se leyó la sentencia se le devolvió al pueblo la voluntad de retomar esta procesión como parte de sus tradiciones, dado que la matanza fue un 14 de mayo y se inició en la puerta de la iglesia cuando se desmontaba el anda, si ni Dios pudo contra eso quien podría, decían los pobladores.
La memoria sana, la memoria cura, la memoria unifica, la memoria abraza, la memoria construye… lo único que no puede hacer la memoria es olvidar o negar la historia.
Ayacucho: Significado y dolor
La palabra “Ayacucho” proviene de dos términos en quechua: “aya,” que significa “muerto,” y “k’uchu,” que significa “rincón o lugar.” Ayacucho, entonces, se traduce como “rincón de los muertos” o “morada de los muertos.” Este nombre no solo hace referencia a las tragedias del pasado, sino que parece haber cobrado un sentido trágico y profundo durante las décadas de violencia en el Perú.
Ayacucho se convirtió en uno de los lugares más golpeados en la época del terror, un espacio en el que miles de personas fueron asesinadas o desaparecidas.
La región de Ayacucho es un lugar emblemático en la historia del Perú, tanto por su simbolismo en la independencia como por ser uno de los escenarios más afectados por la violencia de los años 80 y 90.
Ayacucho representa el dolor y la resistencia, y es un recordatorio constante de que la libertad tiene un precio, y en el caso de nuestro país, ese precio ha sido pagado con sangre. En este lugar, miles de personas fueron asesinadas o desaparecidas, dejando a sus familias sumidas en el duelo y la incertidumbre.
En sus calles y plazas muchas veces la indiferencia parece haberse instalado, pero al escuchar un poco más, se percibe el miedo. Si te adentras en sus comunidades, siempre encuentras a alguien que recuerda, alguien que busca a un ser querido, un hermano, un hijo o un padre desaparecido.
La Hoyada: Un lugar de memoria y un deber moral
Uno de los lugares que mejor encapsula la memoria y el dolor de Ayacucho es La Hoyada. Este espacio, ubicado a las afueras de la ciudad de Ayacucho, entre el aeropuerto y el penal, fue utilizado en los años de violencia como un sitio para la ejecución y entierro clandestino de cuerpos, cuando no la incineración de víctimas de la represión y la violencia del conflicto.
Hoy, La Hoyada se ha convertido en un lugar de memoria, un espacio simbólico que representa tanto el sufrimiento de las víctimas como la fortaleza de las familias que nunca dejaron de buscar a sus seres queridos.
La Hoyada es un espacio de dolor, pero también de resistencia. Cada año, en este sitio, se realizan ceremonias y actos de homenaje para recordar a quienes perdieron la vida en ese periodo terrible de la historia peruana. Los familiares de las víctimas acuden a este lugar para rendir tributo, para prender una vela, para reafirmar su compromiso con la memoria y para exigir justicia.
La Hoyada representa la dignidad de quienes fueron silenciados y es una llamada moral para que la sociedad y el Estado reconozcan su responsabilidad en la búsqueda de la verdad y la justicia.
El papel de La Hoyada en la construcción de la memoria colectiva es fundamental. Este sitio no solo alberga los restos de las víctimas, sino que también preserva sus historias. Es un recordatorio constante de los peligros de la indiferencia y el olvido, y un espacio donde la memoria se convierte en una herramienta de resistencia y de dignificación.
La Hoyada es un lugar que desafía a la sociedad a no olvidar, a enfrentar el pasado con valentía y a asumir la responsabilidad moral de construir un futuro donde estos horrores no se repitan.
La preservación y el reconocimiento de La Hoyada como lugar de memoria también representan un deber moral. Este espacio nos obliga a reflexionar sobre el papel que desempeñamos como sociedad en la creación de un sistema que proteja los derechos humanos. Cada nombre, cada historia y cada memoria que La Hoyada guarda es una voz que nos llama a actuar, a ser conscientes y a comprometernos con la justicia.