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¿CUÁNTOS REAL PLAZA TENEMOS?

¿CUÁNTOS REAL PLAZA TENEMOS?
Por Carlos Condori, antropólogo y periodista ayacuchano.

Como siempre, los hechos lamentables y trágicos terminan desnudando nuestras fragilidades, pobrezas y miserias. A estas alturas de la vida y a la luz de los acontecimientos, nadie podrá negar que el hecho ocurrido con el Real Plaza en Trujillo tenía un sinnúmero de fallas, todas asociadas a una construcción deficiente que no cumple con los requerimientos técnicos y profesionales necesarios. Hasta el momento, no sabemos por qué no contamos con versiones de entendidos en el tema y, por cierto, instituciones como el Colegio de Ingenieros del Perú, que deberían estar supervisando la labor de sus agremiados, por el sentido y el significado de la ingeniería, hoy moderna, para toda la sociedad.

Cualquier análisis técnico llegará a esas conclusiones, las mismas que podrán señalar una hilera de deficiencias técnicas, desde el uso de los materiales, la calidad de los mismos y la profesionalidad de sus constructores. En consecuencia, estarán obligados a señalar las razones que llevaron a una construcción extremadamente deficiente. Lo más probable es que los recursos disponibles para una infraestructura de tal magnitud no respondieron a las exigencias técnicas necesarias, asociados a la siempre negligencia de las empresas, que tratan de disminuir a toda costa sus inversiones o, que teniendo los recursos necesarios, no se utilizaron por razones distintas, apareciendo la corrupción no solo en las instituciones del Estado, sino también en la empresa privada.

Ocurrió el lamentable hecho con un costo humano y social sumamente alto, que pudo ser muchísimo mayor de haber colapsado toda la estructura, recién las autoridades comienzan a intervenir en centros comerciales similares, proceder con la clausura y otro tipo de sanciones, cuando en realidad nos encontramos en medio de construcciones sumamente frágiles, que si se mantienen en pie, es precisamente porque aún no hemos tenido circunstancias que las a prueba como temblores o pongas terremotos. Hasta hoy, solo el paso del tiempo y la exposición al sol, el frío, la lluvia y la humedad muestran evidencias de construcciones precarias.

Situación, por ejemplo, que se han observado en la propia Universidad San Cristóbal de Huamanga, de la que tenemos conocimiento directo, son las de la Facultad de Ciencias Sociales y así se podría seguir enumerando, con puentes colapsados, solo luego de su inauguración. El estado de la infraestructura del Colegio San Ramón, cuya movilización de padres de familia y profesores ha sido permanene. El propio hospital moderno, «ejemplo para todo el país», que muestra no solo goteras, sino chorros de agua que inundan sus instalaciones. Otros, como el centenario mercado de abastos de la ciudad, que constituyen verdaderas trampas mortales.

Si a todo esto le añadimos obras de infraestructura que constituyen «orgullo» para las autoridades, sin liquidación, tales como el hospital que ya tiene casi 8 años en funcionamiento, el Colegio Mariscal Cáceres, San Ramón; carreteras como la de Toccto a Vilcas Huamán y tantas otras construcciones. ¿Cómo explicar todo esto?

Por donde veamos, convivimos con trampas mortales que deben ser fiscalizadas con rigurosidad y cada cierto tiempo, y todos de manera inopinada. Una situación que corresponde, por cierto, a la autoridad, pero también a la ciudadanía y, sobre todo, a sus instituciones, como los colegios profesionales, que deben estar atentos a la calidad de los servicios prestados por sus profesionales, sujetos a estándares de calidad que hoy en día se pueden certificar a la velocidad del tiempo. También se trata de los árboles, que, como todo ser vivo, también tienen derecho a morir, decenas y centenares que ya no tienen ni raíces, pero se mantienen erguidos a la espera de cualquier constancia, especialmente en lugares de alta afluencia de ciudadanos, niños, mujeres, ancianos. Como siempre, las desgracias muestran nuestras pobrezas extremas.

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