SEMILLAS DE RESISTENCIA: el reconocimiento del patrimonio biológico y cultural
Por Ernesto Ambía Hurtado, abogado, APRODEH.
El Bicentenario de la Batalla de Ayacucho, cuyo espíritu encarna esta publicación, representa una oportunidad manifiesta para abrir espacios de diálogo sobre los quehaceres diversos, enmarcados en apuntalar las bases de nuestra aún, precaria vida republicana, con su retahíla de contradicciones presentes. Pero, más allá de eso, se muestra, como un espacio para hacer visible diversas agendas que forman parte de las vastas y diversas periferias que conforman nuestra nación.
Una de esas agendas postergadas se refiere precisamente, al resguardo de nuestro patrimonio fitogenético y cultural representado en nuestras semillas nativas, que han acompañado la presencia y subsistencia de nuestros pueblos y comunidades indígenas asentadas a lo largo de nuestro territorio, siendo nuestro ancestro común, aquel o aquella habitante de las cuevas de Pikimachay1 quien inicio la domesticación de las semillas.
En ese propósito desde hace cuatro años y por iniciativa de los gremios agrarios de Junín se constituyó de manera orgánica una iniciativa para la conformación de un movimiento de bases agrarias y campesinas para la defensa de nuestro legado biodiverso de semillas; en este recorrido, diversas organizaciones de productores/as, mujeres y de sociedad civil se han sumado a este movimiento a través de grupos impulsores regionales y locales cuyo eje central es la defensa de la vida y de los bienes comunes esenciales que sostienen y permiten el desarrollo de la vida, traducida en la sencillez innata de germinación de una semilla.
En este marco, el pasado 23, 24 y 25 de octubre nuestra ciudad de Ayacucho, acogió la sede del IV Foro Nacional de Semillas Nativas y Originarias, en el marco del bicentenario, con delegaciones de 13 regiones del país, entre ellos, custodios o guardianes/as de las semillas nativas, desarrollando una agenda amplia que congregó una serie de mesas de discusión técnica, presentación de experiencias y proyectos, además de una feria de semillas para exposición y trueque de los productores agrarios. El encuentro culminó con la visita a la comunidad agroecológica de Culluchaca en la zona altoandina de Huanta, donde se realizó una siembra colectiva de más de 150 variedades de papas nativas.
Las semillas en sus diversas variedades, representan una parte importante de la memoria e identidad de los pueblos, personifica aquel elemento vital que el hombre andino lo denomina con mucha sabiduría: el “kawsay”, elemento vital que conforma una interrelación con los elementos de la naturaleza y que hace posible la vida en toda su esencia. Nuestro país es centro y origen de domesticación de muchas e importantes se[1]millas que son parte del soporte alimentario del mundo. Nuestros andes, con su variedad de pisos ecológicos y microclimas, ha sido el vientre donde han germinado una gama de semillas cuyo valor genético, alimenticio y cultural aún deslumbran. Nuestros territorios amazónicos y de la costa, también han sido origen y han albergado diversas especies nativas de semillas, que conforman parte del patrimonio e identidad de los pueblos.
En ese ámbito, como parte de nuestra memoria atávica que caracteriza al territorio ayacuchano, debemos mencionar un hecho importante, de inusitada trascendencia y que escasamente es valorada en toda su dimensión, se trata pues, del registro y hallazgo de los primeros restos de semillas ancestrales, entre ellos de calabaza, quinua, achote, maíz, ajíes, encontradas en las cuevas de Pikimachay, la morada más antigua que cobijo al hombre americano. Estas semillas fueron encontradas junto a instrumentos líticos y restos de animales que datan aproximadamente de unos 6,000 mil años A.C. evidenciando los primeros pasos de nuestros ancestros hacia la agricultura. Actividad que fue desarrollada con maestría por las culturas que habitaron nuestros territorios, siendo la domesticación y el conocimiento sobre las variedades de semillas un elemento sustancial de su desarrollo agroproductivo y esencia de sus espiritualidades y creencias.
Nuestro basto patrimonio de biodiversidad genética de semillas originarias ha resistido a la violencia cultural y social de la conquista. Un caso emblemático por citar, son los cultivos de la quinua y la kiwicha prohibidos durante este periodo, por su representación y valor espiritual para las comunidades andinas; no obstante, las comunidades del altiplano cobijaron estas semillas y resistieron su extinción. Otras tantas, han sido ignoradas, menospreciadas, confinadas solo a formar parte de la dieta de las comunidades indígenas. Las semillas de papa y el maíz principalmente, han logrado reproducirse y ser acogidas a lo largo y ancho de la tierra.
Desde hace unos cien años aproximadamente con la aparición de la agricultura industrial, los bienes comunes de las comunidades, entre ellos las semillas y la diversidad genética que representan, vienen siendo objeto de apropiación y expolio comercial. Los países desarrollados y sus grandes corporaciones, han ido creando sistemas de propiedad corporativa sobre los recursos fitogenéticos, mecanismos comerciales con paquetes industriales de semillas, agrotóxicos, monocultivos y semillas modificadas genéticamente, en base a los genes de las semillas originarias. Lo que ha supuesto entre otras cosas, un grave riesgo a los ecosistemas que han cobijado las semillas nativas, la pérdida del patrimonio de agrobiodiversidad y por supuesto un grave riesgo para la soberanía alimentaria de los pueblos.
El Foro Nacional de Semillas Nativas y Originarias, se instituye en ese sentido, en un espacio popular de defensa del patrimonio biogenético y cultural de nuestras semillas, muchas de las cuales se vienen extinguiendo por el contexto del cambio climático, pero sobre todo por la desidia interesada de nuestros gobiernos y políticos de turno, cuyos esfuerzos privilegian el desarrollo del modelo agrario industrial de monocultivo y de la agroexportación, confinando a los pequeños agricultores campesinos y custodios de la agrobiodiversidad al olvido permanente, trascendiendo únicamente cuando algún cocinero reputado o su negocio resulta ganador de un premio gastronómico. La riqueza apreciada mundialmente de la cocina peruana, se basa precisamente en la diversidad y heterogeneidad de semillas y productos nativos que han sabido mantener las comunidades y pueblos originarios, quienes son invisibilizados permanentemente.
Esta riqueza biodiversa y cultural que trasciende las semillas y que se halla inserta en la memoria colectiva de nuestras comunidades de la periferia, tiene que ser una parte sustancial de la agenda del bicentenario a nivel regional y nacional, para el cual los gremios y organizaciones agrupados en torno al Foro Nacional de Semillas Nativas, reunidos en Ayacucho, han ratificado la necesidad y urgencia de promover un marco normativo especial para su protección, conservación e intercambio, dejando de lado la camisa de fuerza que supone la nimia legislación actual sobre la materia y que ha conlleva do a reprimir y mantener confinadas toda la riqueza biodiversa de las semillas en las chacras y parcelas de las familias campesinas e indígenas. Para ello se cuenta con una propuesta normativa que recoge los diversos sistemas tradicionales de producción de semillas nativas del Perú discutidas el marco de los sucesivos foros. Se espera además que se promuevan y repliquen normativas regionales y locales sobre la materia y que, sobre todo, se disipe, la ceguera de las autoridades, las entidades académicas y de la cultura que poco se involucran en la conservación de este patrimonio. Se necesita una serie de medidas que van desde la investigación científica, la catalogación e inventario de las semillas, la conservación y promoción de espacios de trueque e intercambio comercial, políticas de conservación in situ, semilleros comunitarios, sistema de compras estatales, entre muchas medidas y, sobre todo, el reconocimiento del papel de las mujeres en el proceso de crianza y conservación de las semillas.
Las actuales circunstancia de crisis sistémica que afronta la humanidad y que pone de relieve nuestra propia subsistencia amerita transiciones a modelos productivos social y ecológicamente más justos, que implica entre muchos aspectos nuestra forma de producción y consumo de alimentos aparejada a la protección de los bienes comunes fundamentales como elemento centrales que garantizan la secuela de la vida, que se traduce en el derecho a la soberanía alimentaria de los pueblos del mundo, hoy en riesgo por la codicia del gran capital. En ese sentido, la defensa de las semillas, representa una lucha y resistencia permanente por el patrimonio colectivo que trasciende la memoria de nuestros ancestros/as, aquellos que cultivaron las laderas en Pikimachay y cuyo cúmulo de culturas y sabidurías permitió forjar el Allin Kawsay o Sumaq Kawsay (buen vivir) como elemento vital que permanece latente en cada una de nuestras semillas nativas y que, con el aliento de nuestras resistencias permitirá trazar un surco de esperanza que contiene la voracidad de modelo actual.
Sin duda, el aliento de voluntades forjadas en el seno del Foro realizado en Ayacucho, ha conllevado a culminar una propuesta legislativa sobre los sistemas tradicionales de semillas nativas que esperemos pueda ser acogida y debatida por el Congreso de la República. Mientras tanto, Cusco ha sido elegida como la siguiente sede del V Foro de Semillas Nativas y Originarias.